Sentados, conversando, sonriendo, o a ratos guardando silencio. Felices. Sintiendo como el zumbido de la ciudad ascendía hacia sus oídos, incapaz de empañar el susurro de la naturaleza que se imponía a pesar de todo ruido. El San Cristóbal era un oasis dentro del desierto gris, se erguía insolente por sobre la cabezas indiferentes de los santiaguinos. El cerro curtido por caminos de asfalto, senderos, escalas y coronado por la blanquecina figura de la virgen de la inmaculada concepción; había sido transformado en un paseo dominical, en un lugar común para ser exhibido a los turistas en una ciudad donde las atracciones eran escasas; pero que sin embargo, lejos del constante hormigueo de personas, lejos de zoológicos, de jardines, de teleféricos, de piscinas o santuarios podría albergar rincones en los que naturaleza aun conservaba su carácter virginal. ¿Existiría todavía algún lugar en el que nuestras pisadas no dejen huellas?
Se dejaba llevar por el flujo de sensaciones e ideas placenteras, las respiraba. Me gustaría que me abrazase, que contuviera aunque sea por un instante esa felicidad que exhalaba, tal vez debería tomar la iniciativa…
Pero es lo inesperado lo que toma las brindas de la acción. Es el metal filoso y su desagradable sorpresa quienes desencantan el mundo y nos colocan bajo el yugo de extraños. Los anónimos surgieron desde una de las curvas en las cuales se perdía el sendero, caminaron fingiendo indiferencia hasta estar lo suficientemente cerca como para atacar. Sus perspectivas eran prometedoras: ambos se veían indefensos, como niños y si gritasen difícilmente alguien los escucharía en medio de esta soledad, mucho menos intentarían socorrerlos. De todas formas se cuidaron de no usar la violencia más allá de lo estrictamente necesario, por si caían luego.
La resignación paso a ser la única opción que nos fue quedando, mientras nuestros asaltantes interrogaban, registraban y se llevaban todo aquello que tuviese valor como mercancía. Ve si la mina tiene joyas weon, gritaba el más viejo, no tienen ni´una wea replicaba el otro, por la puta solo tienen cuadernos y libros, volvía a bramar el primero mientras los arrojaba, ¿acaso vienen del colegio? ¿Acaso esa mierda les sirve de algo ahora?, sin siquiera detenerse a esperar una respuesta prosiguió registrando bolsos y bolsillos. Y el tiempo que parecía eterno, lucía confuso y frenético al momento de ser narrado a los carabineros que tomaban la denuncia y se irritaban ante la falta de descripciones detalladas. Detalles que se irían borrando con el tiempo y tornarían inexactos si es que no falsos los elementos con que la historia se actualizaba en cada nueva reiteración del relato. Siempre era así, siempre sentía que las palabras mutilaban las realidades que construían nuestros cuerpos. Por lo mismo amaba los lugares que aún no han sido pisoteados por algún concepto, amaba aquello que se resistía a ser narrado, amaba el cerro San Cristobal y amaba estar con ella.
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