9 dic 2007

Se sentó al lado de la cama, en una de esas sillas plásticas cuya existencia pasaba casi desapercibida, como la mayoría de las cosas en ese edificio. La mirada de ella parecía reflejar la misma sensación de ausencia, su rostro denotaba cansancio o tal vez hastío, expresaba tal vez el deseo de estar sola o por lo menos la intención de acabar lo antes posible con una conversación cuyo desarrollo predecía, las cosas se darían por inercia, por un determinado deber ser para dichas circunstancias, deber-ser que conocía aunque nunca se molestase en tratar de entender. Incluso en estas situaciones extremas, sus vidas no se alejaban de lo típico, de lo aburrido, no pasaban a ser más que síntomas de una época cuya comprensión tampoco garantizaba en ningún caso la posibilidad de trascenderla. Uno interrogaría, el otro esbozaría explicaciones, después las vendrían los quiebres emocionales, las palabras melodramáticas que recordarían siempre, tal vez las lágrimas, en una de esas podrían incluso terminar riéndose de cualquier estupidez, se pedirían perdón o se mandarían a la mierda de una buena vez. Después de eso las cosas cambiaran…

-Hola-

-No estoy de humor, para escuchar tus discursillos psicológicos ni tus consejos políticamente correctos- Contesto ella, desde su hastío, desde su soledad y aburrimiento, desde unas sabanas apestosas y sudadas.

-¿Podemos hablar?-

-No tengo nada que decir.- Se dio vuelta y se cubrió con la sabana hasta el cuello. Su silueta se alzaba por debajo de las blancas telas al modo de un muro que los separaba. Muro que en otros tiempos hubiese sido derribado con un simple susurro, con un beso o con un suave mordisco, pero que en esta ocasión parecía infranqueable, no por lo imponente de su estructura sino más bien porque la distancia a recorrer para poder llegar hasta él, sentía imposible de remontar por aquellos cuerpos cansados.

Diego pensó en irse. No había nada que hacer en este hospital ni en esta ciudad, podría escribir algunas líneas más en este capitulo pero el desenlace parecía irrevocablemente decidido de antemano. “Te quiero” dijo a modo de despedida, pero no fue capaz de levantarse dejando pasar uno a uno, los minutos que denunciaban la falsa eternidad de la hora de visitas.

A las seis en punto apareció desde el pasillo una enfermera, haciendo resonar sus tacones sobre las baldosas y pasando revista a cada uno de los pacientes que se encontraban en la sala común. Se acerco a Diego, con una sonrisa y con una voz que oscilaba entre lo irritantemente, lo cursi y la amabilidad dice: tiene que irse, la hora de visitas se termino, luego continúo su recorrido hacia la siguiente litera, dando el mismo aviso a todos aquellos que compartían en ese momento la condición de visitantes.

1 comentario:

  1. 1.- No, no importa (tarde lo descubro, pero más vale tarde que temprano)
    2.- A nadie, excepto a los zombies que miran mi blog.

    La imgaen noe sta perdida, tenis que hacerle click encima pa verla (aweonao aprende a usar la wea)

    Salud (oz),
    Zombie culiao
    Y revive si queris probar el dulce alcohol antes de fin de año

    p.d. Lei lo que escrbiste, pero no lo voy a comentar. Por modestia de ambos.

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